sábado, 18 de agosto de 2018

EL CANTO DEL GRILLO


                   

Un sabio hindú tenía un amigo íntimo que vivía en Manhatan. Se habían conocido en la India, adonde el americano había ido con su esposa en un crucero turístico. El hindú había hecho de guía a los pasajeros gringos, llevándoles a visitar los rincones más típicos del país.

Agradecido, el amigo americano había invitado al hindú a su casa. Quería corresponder al favor enseñándole su ciudad. El sabio oriental se resistió mucho en dejar su país, pero al fin cedió a la insistencia del amigo de Manhatan y un buen día tomó el avión y aterrizó en Norteamérica.

Unos días después, el americano y el indio estaban juntos paseando por el centro de la ciudad. El indio, con su cara oscura color chocolate, con la barba negra y su turbante amarillo, atraía las miradas de la gente. Y el gringo caminaba orgulloso de tener un amigo tan exótico.
De repente, paseando por una calle abarrotada de gente, el indio se detuvo y dijo:
-          “Por casualidad, ¿oyes tú lo que estoy oyendo?”

El americano, un poco sorprendido, aguzó el oído todo lo que pudo, pero confesó que no oía nada más que el ruido del tráfico y de la gente que pasaba.

-          “Por aquí cerca hay un grillo que está cantando” - dijo el indio seguro de sí mismo.
-          “Te equivocas”, - contestó el gringo.- “Yo sólo oigo el tráfico de los carros y el ruido de la ciudad. Y, además, ¿qué iba a hacer un grillo por aquí?”
-          “Estoy completamente seguro. Oigo el canto de un grillo. ”- Respondió el indio y, sin pensarlo más, se puso a buscar entre las hojas de algunos arbustos y en los ramos de flores de las tiendas de ventas.

Al poco rato señaló al amigo, que lo miraba sin dar crédito a sus ojos, un pequeño animal: un magnífico ejemplar de grillo cantarín que se camuflaba entre las hojas verdes rezongando contra quienes venían a estorbar su estupendo concierto.

-          “¿Ves como era un grillo?” - dijo el indio.
-          “Tienes razón,”- admitió el americano – “Ustedes, los hindúes tienen el oído mucho más fino que nosotros los norteamericanos...”
-          “Te equivocas. ” - replicó el sabio indio sonriendo.- “Fíjate...”
-           
El indio sacó del bolsillo una moneda y, como por descuido, la dejó caer sobre el pavimento.

En seguida las cinco o seis personas que pasaban por allí voltearon la cabeza y siguieron con sus ojos el recorrido del redondo metal.

-      “¿Has visto?” - replicó el oriental – “La moneda al caer ha hecho un ruido más débil y tenue que el canto del grillo. Y, sin embargo, ¿te has dado cuenta cómo lo han oído tus amigos de la ciudad?.”



Y en esas andamos… intentando “afinar el oído” para escuchar los cantos que merecen la pena. Que aquí, lejos del ruido de la ciudad, de las obligaciones cotidianas, de las prisas, de la tecnología… todo es posible.
Y vosotros, los de Úbeda, ¿vais a intentar escuchar el canto del grillo estos días?...

¡SIEMPRE UNID@S!











Ah!!! Y felicidades a las Elenas y a alguna Laura que celebran hoy su Santo!!!!!
















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