Un sabio hindú tenía un amigo íntimo que vivía en
Manhatan. Se habían conocido en la India, adonde el americano había ido con su
esposa en un crucero turístico. El hindú había hecho de guía a los pasajeros
gringos, llevándoles a visitar los rincones más típicos del país.
Agradecido, el amigo americano había invitado al
hindú a su casa. Quería corresponder al favor enseñándole su ciudad. El sabio
oriental se resistió mucho en dejar su país, pero al fin cedió a la insistencia
del amigo de Manhatan y un buen día tomó el avión y aterrizó en Norteamérica.
Unos días después, el americano y el indio estaban
juntos paseando por el centro de la ciudad. El indio, con su cara oscura color
chocolate, con la barba negra y su turbante amarillo, atraía las miradas de la
gente. Y el gringo caminaba orgulloso de tener un amigo tan exótico.
De repente, paseando por una calle abarrotada de gente, el indio
se detuvo y dijo:
-
“Por
casualidad, ¿oyes tú lo que estoy oyendo?”
El americano, un poco sorprendido, aguzó el oído
todo lo que pudo, pero confesó que no oía nada más que el ruido del tráfico y
de la gente que pasaba.
-
“Por aquí
cerca hay un grillo que está cantando” - dijo el indio seguro de sí mismo.
-
“Te
equivocas”, - contestó el gringo.- “Yo sólo oigo el tráfico de los carros y el
ruido de la ciudad. Y, además, ¿qué iba a hacer un grillo por aquí?”
-
“Estoy
completamente seguro. Oigo el canto de un grillo. ”- Respondió el indio y, sin
pensarlo más, se puso a buscar entre las hojas de algunos arbustos y en los
ramos de flores de las tiendas de ventas.
Al poco rato señaló al amigo, que lo miraba sin dar
crédito a sus ojos, un pequeño animal: un magnífico ejemplar de grillo cantarín
que se camuflaba entre las hojas verdes rezongando contra quienes venían a
estorbar su estupendo concierto.
-
“¿Ves como era un grillo?” - dijo el indio.
-
“Tienes
razón,”- admitió el americano – “Ustedes, los hindúes tienen el oído mucho más
fino que nosotros los norteamericanos...”
-
“Te
equivocas. ” - replicó el sabio indio sonriendo.- “Fíjate...”
-
El indio sacó del bolsillo una moneda y, como por
descuido, la dejó caer sobre el pavimento.
En seguida las cinco o seis personas que pasaban por
allí voltearon la cabeza y siguieron con sus ojos el recorrido del redondo
metal.
-
“¿Has visto?” - replicó el oriental – “La moneda al caer ha hecho un
ruido más débil y tenue que el canto del grillo. Y, sin embargo, ¿te has dado cuenta cómo lo han oído tus amigos de la
ciudad?.”
Y en esas andamos… intentando “afinar el oído” para escuchar los
cantos que merecen la pena. Que aquí, lejos del ruido de la ciudad, de las obligaciones
cotidianas, de las prisas, de la tecnología… todo es posible.
Y vosotros, los de Úbeda, ¿vais a intentar escuchar el canto del grillo estos
días?...
¡SIEMPRE UNID@S!
Ah!!! Y felicidades a las Elenas y a alguna Laura que celebran hoy su Santo!!!!!
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