Poco a poco, iban llegando los jóvenes a tomar asiento, a las sombra del frondoso y mítico pino, que abrazado por la mesa de granito, es año tras año, testigo fiel de tantas y tantas confesiones, secretos y buenos ratos.
El número era el habitual, veintitrés, de entre 17 a 29 años.
Empezó la reunión con una pregunta lanzada al aire: ¿Cuál ha sido la buena noticia que recuerdas haber recibido en los últimos quince días?. Nadie tenía conciencia de haber recibido ninguna buena noticia en tan corto espacio de tiempo. Segunda pregunta: ¿Cuál es la que has recibido en los últimos doce meses?. Aquí si hubo algunos que contaron lo que para ellos había sido una buena noticia: “Haber aprobado el curso”, “Una asignatura atrancada”, “La recuperación de salud de un familiar”, “El final de la guerra de Irak”, y poco más. La última parte de la propuesta era: ¿Cuál es la mejor noticia, la que puedes llamar mejor noticia, que has recibido a lo largo de tu vida?. Silencio casi sepulcral. Nadie sabía decir nada. Tras un largo silencio, salieron algunos con su noticia: “El sí de una chica”, “El final de la carrera”, “El día que pude salir de mi pueblo a estudiar fuera”, “Cuando mis padres me dieron las llaves de casa para poder volver tarde”, “El carnet de conducir”…
La idea de las preguntas era ver como había calado en ellos, la gran noticia que todo cristiano, todo bautizado, debe tener como Buena Noticia. La Gran y mejor noticia, La Buena Nueva del Evangelio. La Buena Noticia que los ángeles anunciaron a los pastores.
Ninguno creyó que eso era un gran acontecimiento. Que esa Buena Noticia tuviera algo que ver con sus vidas concretas. Para ellos eso escapaba a sus aspiraciones y propiedades.
El número era el habitual, veintitrés, de entre 17 a 29 años.
Empezó la reunión con una pregunta lanzada al aire: ¿Cuál ha sido la buena noticia que recuerdas haber recibido en los últimos quince días?. Nadie tenía conciencia de haber recibido ninguna buena noticia en tan corto espacio de tiempo. Segunda pregunta: ¿Cuál es la que has recibido en los últimos doce meses?. Aquí si hubo algunos que contaron lo que para ellos había sido una buena noticia: “Haber aprobado el curso”, “Una asignatura atrancada”, “La recuperación de salud de un familiar”, “El final de la guerra de Irak”, y poco más. La última parte de la propuesta era: ¿Cuál es la mejor noticia, la que puedes llamar mejor noticia, que has recibido a lo largo de tu vida?. Silencio casi sepulcral. Nadie sabía decir nada. Tras un largo silencio, salieron algunos con su noticia: “El sí de una chica”, “El final de la carrera”, “El día que pude salir de mi pueblo a estudiar fuera”, “Cuando mis padres me dieron las llaves de casa para poder volver tarde”, “El carnet de conducir”…
La idea de las preguntas era ver como había calado en ellos, la gran noticia que todo cristiano, todo bautizado, debe tener como Buena Noticia. La Gran y mejor noticia, La Buena Nueva del Evangelio. La Buena Noticia que los ángeles anunciaron a los pastores.
Ninguno creyó que eso era un gran acontecimiento. Que esa Buena Noticia tuviera algo que ver con sus vidas concretas. Para ellos eso escapaba a sus aspiraciones y propiedades.
La iglesia, hace tiempo que ha perdido a sectores importantes de población, la juventud está siendo uno de estos últimos sectores, y si no andamos ligeros se perderá y con ellos el futuro.
Es verdad que la juventud tiene una sensibilidad especial, seguro que mayor que la de otros tiempos, en temas sociales, ecológicos, medioambientales.
Ciertamente florecen nuevas ONGs de jóvenes dispuestos a dar algo de ellos mismo a favor del otro. Y estos son valores que no se pueden obviar.
Hay un renovado entusiasmo cofradiero, pero entra preguntarse de qué, o hacía qué va ese entusiasmo.
¿Es verdaderamente una Buena Noticia, el mensaje de la Iglesia?. Si lo es ¿por qué no le interesa a los jóvenes?
Puesto que el Mensaje, ciertamente si es Buena Noticia, sólo cabe pensar que lo que falla es el mensajero.
Manuel Molina Delgado